miércoles, julio 02, 2014

Aquel verano del...

Quizá sea las horas de luz o el aroma del galán de noche del vecino pero esta mañana mientras aún remoloneo en mi cama me vienen a la memoria recuerdos de los veranos de mi niñez.
Aquellos tres meses de vacaciones escolares me parecían una eternidad (imagino que como a la mayoría de vosotros) y un montón de ideas se agolpaban en mi cabeza.

Lo que significaba el verano era sobretodo un CAMBIO TOTAL, un cambio de horarios, de hábitos, de comidas, de obligaciones, pero para mí el verano comenzaba con el cambio de casa. Durante dos meses cerrábamos nuestra casa en el pueblo y nos marchábamos a la playa, pero ojo! solo a 4 kilómetros de distancia. Aquí era frecuente tener una casita o un apartamento en el campo o en la playa y a solo unos pocos minutos en coche del centro, la gente denominaba su propiedad según su ubicación, es decir si estaba en el campo (en la falda del Montgó habitualmente) le llamaba ‘campús’, si te ibas de vacaciones a la playa te ibas a ‘la rota’ si era en la playa de piedras de Las Rotas o a tu 'marina’ si tenias un apartamento en la playa de arena de Las Marinas, ¿curioso no?.

En fin recuerdo que mientras mis padres se encargaban de las labores prácticas pero muy aburridas como cargar el coche de comida para aquellos ‘duros’ meses, buscar los bañadores y la mercromina o comprar el repelente de mosquitos (de los de pastillón azul), yo metía en una bolsa las cangrejeras y las gafas de bucear y después me pasaba horas seleccionando los libros y cuentos que me iban a acompañar aquellos maravillosos meses. En los estantes superiores del armario estaba la caja de cartón con mis tesoros, los bajaba cuidadosamente y sin casi mirar los títulos (quería mantener la ilusión de que los descubriría de nuevo a la vez que inauguraba el verano) los introducía en una vieja maletita que guardaba mi madre llena de calcetines y otras cosas sin interés. Ahora pienso que me comportaba como una especie de tejón o algún animalillo de los que hibernan en los meses fríos para luego con los primeros calores salir con ansia a devorar todo lo que se ponía a su alcance, en mi caso eran aquellos libros ilustrados de los que afortunadamente todavía conservo algunos ejemplares.

Desde luego aquellos veranos no hubieran sido igual sin mis libros, ¿os pasaba lo mismo?





2 comentarios :

  1. yo añoro también los veranos de antes, que para mí eran el veraneo de toda la vida con casi tres meses de vacaciones en la casa de la playa!..qué tiempos!

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  2. Los veranos de mi infancia consistían en pasar unos días en Oropesa del Mar y el resto en el pueblo de mis abuelos. Ahora no recuerdo si me llevaba mis cuentos para leer, pero sé que era una de mis aficiones favoritas el resto del año.
    Leyendo tu entrada me he acordado del verano en que me regalaron mi primer "libro", que no cuento ilustrado. Era Corazon, de Edmundo de Amicis. Yo pensaba que no iba a ser capaz de leer un libro tan lleno de letras, pero ¡me encantó! ¡Lo que lloré yo con ese libro!
    Me encanta tu maleta y lo que contiene.
    Gracias por hacernos recordar.
    Un beso.

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